escribo y exploro y leo poesía.

viernes, julio 04, 2008

La carretera que va hacia ninguna parte. Y no importa.


Siempre me ha gustado la imagen de dos viajeros que van a ninguna parte, que se dejan llevar por el camino y descubren que no hay procedencia ni destino que valgan una vez que te pusiste en marcha.
Pero en este caso, la carretera es mucho peor.
Cormac McCarthy es un escritor americano de mucho cuidado. Tiene las palabras llenas de una violencia que te pega en lo más profundo y que te deja callado por varias horas. Como Coetzee.
Él fue quien escribió el libro de “No country for old men” en el cual se basaron los hermanos Cohen para su película.
Con éste de la carretera obtuvo el premio pulitzer del 2007 y la verdad es que se lo merece con creces. Es una especie de novela de ciencia ficción que se desarrolla en un futuro nuclear. Todo ha desaparecido y sólo quedan cenizas sobre cenizas sobre la tierra. Algunos grupos de humanos caníbales vagan tratando de sobrevivir y entre ellos, un padre y su pequeño hijo que recorren la carretera abandonada mientras empujan un carrito del supermercado en busca de latas o cualquier alimento.
El destino final de su caminata es la costa, el mar, la salvación por excelencia porque, de algún modo, implica regresar al líquido amniótico de nuestra especie.

Es un libro sobrecogedor, triste, desolador, y a la vez, un cuento lleno de esperanza donde esa relación padre hijo se reduce a su expresión más básica, más primordial y más íntima. La cercanía de la muerte siempre provoca que se rompan todas las barreras.

No puedo quitarme de la cabeza una frase del libro: Recordamos lo que queremos olvidar y olvidamos lo que quisiéramos recordar.
Uf.

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