anotaciones y berrinches

escribo y exploro y leo poesía.

sábado, mayo 13, 2023

Personaje

Un ex sacerdote jesuita que a los tres días de haber sido ordenado renuncia.
Una transexual que lo conoce desde niños y está secretamente enamorada de él.
La tía Rosario, monja, de la inmaculada concepción y con muchos años encima.

En la fonda de enfrente doña Mari, pletórica siempre y comprensiva.

La sordera a medias que le permite fingir que no está escuchando y a veces,
cuando es necesario,
simular que lo hace.

La música ausente pero la danza de la poesía siempre en los dedos.
Su némesis en amigos, los vicios cercanos, la soledad como un bongó en la cabeza.

De mascota un cactus en maceta al que le habla en ocasiones en voz baja.

Juan en la esquina malabareando naranjas y platicándole cosas.

El poli. Un tiburón al acecho.
Un zopilote que sonríe de antemano frente a su presa pero que a él
por no se sabe qué razón,
lo proteje aunque lo torture.

Como a todos.

La periodista que conoció en el seminario y que es hermana del padre Francisco,
su superior.

Una pasión por los tacos de cabeza y los gusanos de maguey que le sale cara.
Y libros.

Siempre libros porque es la única manera que conoce de suicidarse,
dejar de estar,
huir.

Alquila su tiempo, resuelve problemas, pesca oportunidades.
Hace lo que sea necesario y lo que se ofrezca,
para eso estamos.

Unas clases ocasionales de inglés que su sordera le permitió aprender
y poco más.

Lo que le pida el padre Francisco.
 

domingo, mayo 07, 2023

Texto de una mañana en domingo

 Estoy persiguiendo una historia y por eso camino estas calles vacías de una ciudad que los domingos parece quedarse dormida hasta tarde, en una especie de depresión que ninguna pastilla puede aliviar. Los comercios protegidos por las cortinas de hierro bajadas y aseguradas por candados herrumbrosos, el grafiti en paredes que simulan haber sobrevivido a una batalla más de una guerra que nadie sabe cuándo comenzó y en qué momento habrá de terminar, algunas figuras a lo lejos, emborronadas por una mezcla de prisa y cansancio que lo hace ver todo en cámara lenta y difuso. Si me pusiera a pronunciar palabras en voz alta mientras mis pasos se suceden se escucharían igual que los escasos sonidos que dan fe de vida. Motores de autobuses quejumbrosos y roncos, murmullos de conversaciones entre las máquinas que comienzan el día; licuadoras, cafeteras, microondas, exprimidores de zanahorias, compresores de aire, cajas registradoras y el chillido agudo de los lectores de códigos de barras que reducen inventarios y aumentan deudas al interior de los supermercados. Con los ojos escudriño el entorno. Hurgo  entre movimientos, bultos de color, luces y sombras, gente y no gente. La historia se mantiene oculta. Habría que colocar la mirada de manera más atenta en alguno de los acontecimientos, utilizar un microscopio, enfocar, y entonces sí, comenzar la disección, clasificar las causas, predecir consecuencias, imaginar los recovecos de las emociones y concatenar sucesos, crisis, conflicto, decepción, un instante de reflexión sincera y el clímax. Siempre el clímax.


Pero los héroes escasean esta mañana.

jueves, mayo 04, 2023

Narración breve número no sé cuántos

 Caminó con prisa pues sabía que alguien la espiaba aunque no lo viera. De manera discreta volteó a derecha e izquierda y no encontró sombra, reflejo en escaparate, movimientos inesperados. Recorrió el callejón y alcanzó el auto que la esperaba. Subió. Los rasgos y la voz de Antoine, su conductor, la tranquilizaron. Estaba en casa. Suspiró con alivio.

La noche había sido vertiginosa: voces, rostros, la cara de la princesa tan cerca de la suya que habría podido besarla, un cuerpo joven y firme a su lado, gritos, música. Estaba sola ahora. El pasillo largo y con esquinas absurdas. Puertas. La de la derecha como le habían dicho, un salón.

La caja fuerte no opuso resistencia.

Con el botín en su poder corrió de regreso, la perseguían. Sintió los pasos ajenos en el centro de la cabeza y cómo retumbaban para aturdirla. Resistió. Subió escaleras, bajó escaleras, cruzó los patios. Y cuando pensaba que era inevitable que la alcanzaran, ocurrió, milagro, la vía de escape solucionada.

Satisfecha y con las joyas en el bolsillo, en la seguridad del auto, dejó que las palabras de Antoine la adormecieran. Mañana entregaría el anillo y la pulsera a su legítimo dueño, la satisfacción del deber cumplido.

No podía imaginar lo que iba a ocurrir cuando llegara a su casa. La estaban esperando. Se le abalanzaron encima y en pocos segundos la dejaron inmóvil. Amordazada. Un hombre le mostró las joyas con furia. Como si fuera un asunto personal. Ella sonrió.

La abofetearon.

Ahora espera, atada, tiritando de frío, en un rincón de una bodega anónima. Alguien vendrá tarde o temprano. La llevarán en ancas, le atarán a las piernas unas piedras pesadas, la tirarán al agua, la mirarán hundirse y ella, ella, sólo podrá pensar en el anillo, en la pulsera, en ese pozo en el que se terminará hundiendo.

martes, abril 18, 2023

Un cuento

 

Me regodeo al verlo. Confieso que me causa un placer morboso observar desde aquí cómo todas las fuerzas del universo conspiran en su contra y se le desatan encima. Cómo se le abalanzan. Ahora, por ejemplo, sonará el teléfono y le dirán que no fue seleccionado para ese puesto de trabajo que tanto le hace falta porque ayer llegó el recibo de la renta, en la panadería ya no le van a fiar una barra más de pan, el auto está en el taller y no lo ha sacado porque no llega a cubrir el pago mínimo, las cosas por arreglar se acumulan y se le multiplican los problemas. ¿Cómo olvidar la expresión que se formó en su rostro apenas ayer cuando ella no llegó a la cita por enésima vez? ¿O cuando en la reunión de ex alumnos, generación del ochenta y cuatro, nadie lo reconoció y a muchos ni siquiera les sonaba el nombre? Ignorado por taqueros,  oficinistas, peatones, policías, taquilleras, vendedores de periódicos y hasta por los que piden limosna afuera de las iglesias o los que malabarean naranjas en los semáforos. Como si de alguna manera se dieran cuenta de que él se ha convertido en una moneda falsa, de esas que tiras al pozo de los deseos sin esperanza alguna.

No ha sido así siempre. En muchos de mis recuerdos lo veo feliz, triunfar hasta dar envidia, brillar como pocos, encaramarse a las más altas alturas y desde ahí, observar a los demás. Por encima del hombro, dicen. Tal como yo lo observo a él ahora. Tan seguro de que en ese escalón que viene tropezará, de que la carta que espera con la confirmación de una beca no llegará nunca, y si llega, una corriente de aire la sacará del buzón, atravesará la calle, recorrerá cinco metros y se estampará en un poste de madera para que la lluvia, la inevitable lluvia, la vuelva un amasijo irreconocible como un engrudo. Me da gusto. Lo merece.

Uno no puede andar así por la vida impune, esquivando desgracias, eludiendo la muerte de la gente cercana, dando los pasos correctos, atinándole siempre a los muñequitos de la feria, metiendo goles en los partidos y ganando las apuestas. No. Y no sólo voy a mirarlo. Me le voy a acercar, le voy a hablar. Quiero que sepa que me alegro de todas y cada una de sus desgracias y que me parece una de las mejores decisiones que ha tomado el destino esa de írsele encima. Se lo diré de frente, con los ojos en los ojos y mi cara casi pegada a la suya, casi, en este espejo del baño que tiene una esquina rota. Se lo merece.

lunes, enero 23, 2023

 Ese que vemos ahí soy yo. Sentado en una de las sillas alrededor de la mesa de reuniones. Uno de varios. Directores de arte que no saben dibujar pero usan la computadora a la perfección, ejecutivos de cuenta con la capacidad de mantener una sonrisa a pesar de cualquier circunstancia, clientes que observan con atención y displicencia, con la seguridad que da saber que uno tiene la última palabra; una redactora que toma notas en su cuaderno negro y una persona que habla sin que yo la escuche. Nada se escucha. Sólo hay gestos, movimientos, miradas, piernas que se cruzan y descruzan, bocas que dicen algo y manos que las acompañan para complementarlas. Hace unos instantes perdí el interés y moví con discreción la mano izquierda hacia mi oído. Con un pequeño clic apagué el audífono de sordera y entré en modo silencio. En el oído derecho no es necesario porque no llevo audífono. De ese lado no oigo ni a la orquesta filarmónica a unos centímetros. Nada que hacer.

La ausencia de sonidos me permite ver las cosas desde fuera. Como se ven cuando uno muere y se separa del cuerpo. Un teatro. Yo, cincuenta y pico de años encima, haciendo anuncios. Metido en oficinas de lujo en edificios de lujo y con un sueldo de lujo. A veces entretenido pero muchas aburrido. Como ahora. Saco una libreta también negra y comienzo a escribir. Palabras que empiecen con eme. Mientras muero me marean magos maléficos; me miran misteriosos, me muerden. Tonterías. Cuando veo que las expresiones cambian y la reunión está por terminar vuelvo a encender el audífono, a tiempo para escuchar que me hablan.

— Entonces, ¿nos vemos mañana?
— Hecho.

Le doy la mano al cliente y sonrío mientras salimos. La algarabía se desata. La gente se pone de acuerdo, se despide y se va con una sonrisa. Un éxito. Un anuncio más que en tres meses saldrá al aire. Y luego otro, y otro, y así, como si se tratara de una secuencia matemática de las que no terminan nunca.

En el estacionamiento me cruzo con un ejecutivo y Cata, la recepcionista, que van por cervezas. Agradezco su invitación pero no. Prefiero ir a tirarme al sofá. Un libro me espera. Y un vino. No necesito música. La costumbre de años de hacer las cosas en silencio es más fuerte. Y prefiero estar concentrado para dejarme llevar por alguna historia diferente a la que cada día me hace pensar.

Día siguiente. Se ve cómo llego a la oficina. Son las nueve y después de dejar el auto subo al ascensor. Voy solo. Es extraño a esta hora pero hay días con suerte. No hay que parar en cada piso para que alguien salga, no es necesario fingir un saludo, sonreír en falso o intercambiar algún comentario insulso sobre clima, tráfico o cualquier bobada. Se abren las puertas y camino hacia la izquierda por un largo pasillo. 214. Coloco el dedo índice en el aparato de las huellas para que se abra la puerta y cuando se enciende el foco verde, la empujo.

Entonces pasa. En vez de enfrentarme al rostro alegre de Cata en recepción lo que hay frente a mí es una pared blanca. El letrero que anuncia los apellidos de los dueños ha desparecido. Ni siquiera se nota el borde marcado en la pared como el que dejan los cuadros que no se han descolgado en siglos. Pintaron. Los sillones rojos y el escaparate con los premios recibidos por la agencia se han esfumado. Alarmado abro la puerta hacia el resto de la oficina y es lo mismo. No hay cables en la pared, ni escritorios, ni libreros, ni el garrafón del agua, ni la cafetera, los restiradores, las computadoras, la mesa de la sala de juntas. Nada. Tampoco hay restos de mudanza. El piso está impoluto. Las paredes blancas y el techo descubierto, como siempre, con los tubos de metal de aire acondicionado que le dan al espacio un estilo industrial. Pero sin muebles, sin gente, sin objetos. Y entonces entiendo que ha ocurrido lo que siempre temí. De tanto perseguir el silencio apagando el audífono, se salió de mis oídos para robarse las cosas.



sábado, agosto 20, 2022

No recuerdo qué día fue

Tomó el lector de silencios y lo colocó encima de lo que parecía ser la frente del animal. Ese extraño ser que yacía atado a la base metálica del Sistema de Soporte Vital. Un modelo tan avanzado que había sido capaz de penetrar capas y capas de átomos hasta incidir en el nivel más profundo de las células que lo conformaban, si es que a eso se le podía llamar células. Las reacciones eran distintas. Ningún silencio. Consultó con el mecánico asignado por la sección 24 del código de búsqueda pero no obtuvo respuesta. 

 

La piel rugosa brillaba de manera extraña, una vertiginosa cascada de colores en cada fragmento, un caleidoscopio de sombras en constante movimiento. No respiraba. Sin embargo, después de 25 minutos quieto los indicadores de que una especie de vida bullía debajo de la capa húmeda se mantenían en los niveles más altos. Activó el computador, era inexplicable la ausencia de silencios. Ni un fallo en las lecturas. Todo correcto y sin embargo, nada, ruido. 

 

Se asomó a la ventana: Orión, lágrimas de luz, el repentino atisbo de agujeros que te atrapan cuando cierras los ojos y ves todo negro, las fantasías ergóticas de una Nébula que en continuo orgasmo pare estrellas, el silencio. Un sonido repentino lo hizo voltear. El extraño se movía. Los músculos hechos piedra, las extremidades temblando, el ojo abierto, las venas azules en pálpito. Se acercó a la mesa. Volvió a activar el lector de silencios y ahora, con resistencia, lo pegó al cuerpo encima del ojo que lo observaba con furia. 

 

Los resultados tardaron, tal vez, un par de segundos más. Los indicadores de resistencia del sistema de soporte vital sonaron quizá demasiado bajo, las correas podrían haber estado un poco más húmedas de lo recomendado, el extraño, era posible, tenía más fuerza de la esperada. Retrocedió. El animal comenzó a pronunciar una letanía veloz de palabras imposibles de comprender, un desbarajuste cósmico de proporciones incalculables; fórmulas matemáticas en lenguas babilónicas, tratados sobre el origen del universo en el extraño runrún de un lenguaje de los confines de alguna galaxia de un sector poco explorado, golpeteos furiosos de chasquidos de dientes que parecían contener saberes importantes o amenazas veladas, cantos monótonos en apariencia religiosos y gemidos que más que de placer parecían ser de nirvana puro. Probablemente aprendidos en uno de esos planetas de clima frío y montañosos, extrañamente parecidos a los que se filmaban hace ya más de un siglo cuando la humanidad no había salido aún de la tierra. 

 

Las palabras fueron perdiendo fuerza mientras lo observaba. Asustados los dos, los tres ojos conectados con la más poderosa de las relaciones energéticas posibles, el animal furioso y él quieto. Las luces de alarma de todos los sistemas enloquecidas, dando saltos en una vasta gama de colores imposibles, los hológrafos desconectándose en emergencia de manera automática para evitar sobrecargas y las luces del receptáculo de la nave trastabillando hasta decidirse por lo oscuro. Un solo foco rojo palideciendo en un rincón y el ojo lleno de furia clavado en su frente. Las correas resistieron. En el espacio profundo el tiempo corre de manera distinta, o relativa, o caprichosa. El único parámetro es subjetivo. La escena que acabo de describir puede seguir transcurriendo doscientos, trescientos años, sin que haya un desenlace. O suceder así, en un tris. Me gustaría pensar que se trató de una eternidad y que ese investigador y esa especie de algún planeta que se tropezaron, tal vez por error, en un momento de nuestro pasado, se siguen tropezando aún. Aunque estemos viviendo las consecuencias de ello. Ya no hay silencios. 

 

 El lector nunca dejó de funcionar correctamente. La casualidad hizo que esa especie en particular, de todas las especies posibles que hubiera podido encontrar el ser humano en ese viaje maravilloso que comenzó unos cincuenta años antes de que el planeta sucumbiera, de todas las especies o razas o como quiera que se deba llamar a esos seres extraños que son tan extraterrestres como nosotros, que ya no tenemos tierra; fuera la única especie ausente de silencios y por lo tanto hambrienta, muy hambrienta de ellos. Se desató la hecatombre. Diez años después quedaban tan pocos silencios que los poetas se extinguieron. Fueron los primeros de una larga lista. La música, la pintura, las novelas casi pornográficas de editoriales de terror o policiacas, las esculturas, las figuras de origami, los espectáculos de luces, los jardines, las recetas de cocina, las conversaciones frente a un fuego en algún planeta parecido a la tierra. Las pocas cosas que nos conectaban con esa especie que ya no éramos pero seguíamos siendo, los silencios. Y de tanto buscarlos nos habíamos encontrado con quien no debía haberlos conocido nunca. 

 

No sé quién leerá esto. No sé si importa. Está confeccionado con algunos de los pocos silencios que nos quedan todavía. Los más escasos. Los más valiosos. Han pasado ya tantos años y no sé que será de nosotros.

sábado, septiembre 05, 2020

comerte

 

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