escribo y exploro y leo poesía.

martes, abril 18, 2023

Un cuento

 

Me regodeo al verlo. Confieso que me causa un placer morboso observar desde aquí cómo todas las fuerzas del universo conspiran en su contra y se le desatan encima. Cómo se le abalanzan. Ahora, por ejemplo, sonará el teléfono y le dirán que no fue seleccionado para ese puesto de trabajo que tanto le hace falta porque ayer llegó el recibo de la renta, en la panadería ya no le van a fiar una barra más de pan, el auto está en el taller y no lo ha sacado porque no llega a cubrir el pago mínimo, las cosas por arreglar se acumulan y se le multiplican los problemas. ¿Cómo olvidar la expresión que se formó en su rostro apenas ayer cuando ella no llegó a la cita por enésima vez? ¿O cuando en la reunión de ex alumnos, generación del ochenta y cuatro, nadie lo reconoció y a muchos ni siquiera les sonaba el nombre? Ignorado por taqueros,  oficinistas, peatones, policías, taquilleras, vendedores de periódicos y hasta por los que piden limosna afuera de las iglesias o los que malabarean naranjas en los semáforos. Como si de alguna manera se dieran cuenta de que él se ha convertido en una moneda falsa, de esas que tiras al pozo de los deseos sin esperanza alguna.

No ha sido así siempre. En muchos de mis recuerdos lo veo feliz, triunfar hasta dar envidia, brillar como pocos, encaramarse a las más altas alturas y desde ahí, observar a los demás. Por encima del hombro, dicen. Tal como yo lo observo a él ahora. Tan seguro de que en ese escalón que viene tropezará, de que la carta que espera con la confirmación de una beca no llegará nunca, y si llega, una corriente de aire la sacará del buzón, atravesará la calle, recorrerá cinco metros y se estampará en un poste de madera para que la lluvia, la inevitable lluvia, la vuelva un amasijo irreconocible como un engrudo. Me da gusto. Lo merece.

Uno no puede andar así por la vida impune, esquivando desgracias, eludiendo la muerte de la gente cercana, dando los pasos correctos, atinándole siempre a los muñequitos de la feria, metiendo goles en los partidos y ganando las apuestas. No. Y no sólo voy a mirarlo. Me le voy a acercar, le voy a hablar. Quiero que sepa que me alegro de todas y cada una de sus desgracias y que me parece una de las mejores decisiones que ha tomado el destino esa de írsele encima. Se lo diré de frente, con los ojos en los ojos y mi cara casi pegada a la suya, casi, en este espejo del baño que tiene una esquina rota. Se lo merece.

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