escribo y exploro y leo poesía.

sábado, octubre 11, 2008

Anotación sobre la lluvia.


Llueve. Siempre me ha parecido que las gotas de agua que se desprenden del cielo gris y acerado son mejores que los recuerdos. Su caída incierta, pero a la vez rítmica y coordinada, tiene un efecto relajador sobre el cerebro. Igual que un tafil a media tarde. Siento que ya nada importa. Que mis elaboradas dudas y las complicadas tragedias que invento a cada momento, dejan de ser tremendas frente a ese incesante chipichipi que recubre con su aroma frío y húmedo la realidad entera. Salgo a la calle. Me gusta caminar pisando charcos y provocar pequeños tsunamis inocentes que no harán daño a nadie aunque yo los imagine gigantes, devastadores, inmisericordes. La lluvia. La calle se vacía de peatones y sólo quedan interminables filas de coches en el tráfico, uno tras otros, las luces encendidas aunque aún no sea de noche y los limpiaparabrisas moviéndose de un lado a otro en un ritmo similar al del aguacero. Todo es ritmo. Muchos ritmos que se mueven al mismo tiempo en diferentes compases. Un estruendo silencioso que sólo se descubre mirando con atención la ciudad cuando llueve.

Mis pasos son certeros. Cada uno de ellos logra colocarse en el centro del charco o encima de una hoja húmeda, de esas que se van a terminar yendo de la ciudad por las coladeras hasta que estén tapadas. Como la red del drenaje que, debajo de mí, está bloqueada por toneladas de desperdicios, botellas de plástico PVC vacías, bolsas de papas fritas, pelos, cajitas felices de mac donalds, restos de comida podrida por la humedad y recubierta de hongos multicolores que recuerdan los corales del caribe, cajas de cartón despedazadas, cadáveres de ratas, gatos, y perros callejeros; fragmentos de cristal con los bordes afilados para rasgar su rastro por donde pasan, muebles viejos, juguetes despedazados por niños violentos, cientos de baterías de distintos tamaños y voltajes que sudan un líquido viscoso y rojizo, ácido y asesino. Llueve. Se acumulan los desechos, las calles se ven abandonadas y sólo en las esquinas se puede descubrir la presencia humana. cientos de figuras apelmazadas debajo de un toldo verde que parece negro y del cual se descuelgan cascadas que mojan a los débiles, a los que no tienen la fuerza para empujar, meter los codos y hacerse un hueco debajo de la tela protectora. No hay paraguas. Los busco con la mirada pero no encuentro uno solo. Es como si la gente hubiera decidido hoy, bajo esta lluvia tenaz, constante y ruidosa, que no vale la pena aventurarse sin compañía en la calle, que no es necesario explorar el mundo ahora, bajo este torrente de agua ácida que cuando toca la piel deja una huella discreta pero dolorosa, ardiente.

Llueve.

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