Llevo mucho tiempo observando el blanco de los ojos de la muerte, coqueteándole.
Recuerdo viejas historias que decían que era imposible hacerlo, que cuando enfrentaras su rostro estabas muerto
como si Medusa te congelara en piedra.
Llevo mucho tiempo escarbando para encontrar la mierda. Y como no hubo, tuve que inventarla.
Urdí tramas siniestras donde el culpable era yo, le tomé afición a esculpir tragedias en el aire, a desmembrar entre cenizas los pensamientos
porque en el fondo creía, pensaba, sabía,
que hallaría siempre la miseria.
El origen turbio de todas las cosas.
Pocas formas tan malignas adopta la soberbia como negar la posibilidad de ser bueno. Por eso aspiré con gusto el olor del fango que se pudría, por eso anduve pepenando entre los rencores como en un basurero,
por eso caí, como un volador de Papantla al que se le rompió la cuerda, al fondo de un abismo que jamás estuvo.
Y el golpe no llegó nunca.
Lo esperé, con ansias, como un borracho espera la próxima copa, como una mosca golpea el vidrio en su intento por salir al patio, como se agolpan las multitudes en los incendios.
No llegó el golpe.
Lo más molesto es que nada, ni siquiera ese esperado piso de cemento donde se estrellan los cuerpos como tomates,
es cierto.
escribo y exploro y leo poesía.
sábado, agosto 11, 2007
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